VI El ideal

 
    Y luego, una torre de marfil, una flor místi-
ca, una estrella a quien enamorar… Pasó, la
vi como quien viera un alba, huyente, rápida,
implacable.
 
    Era una estatua antigua con un alma que
se asomaba a los ojos, ojos angelicales, todos
ternura, todos cielo azul, todos enigma.
 
    Sintió que la besaba con mis miradas y me
castigó con la majestad de su belleza, y me
vio como una reina y como una paloma. Pero
pasó arrebatadora, triunfante, como una vi-
sión que deslumbra. Y yo, el pobre pintor de
la naturaleza y de Psyquis, hacedor de ritmos
y de castillos aéreos, vi el vestido luminoso
de la hada, la estrella de su diadema, y pensé
en la promesa ansiada del amor hermoso.
Más de aquel rayo supremo y fatal, sólo que-
dó en el fondo de mi cerebro un rostro de
mujer, un sueño azul…

Rubén Darío

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