He visto ayer por una ventana un tiesto
lleno de lilas y de rosas pálidas, sobre un trí-
pode. Por fondo tenía uno de esos cortinajes
amarillos y opulentos, que hacen pensar en
los mantos de los príncipes orientales. Las
lilas recién cortadas resaltaban con su lindo
color apacible, junto a los pétalos esponjados
de las rosas té.
Junto al tiesto, en una copa de laca orde-
nada con ibis de oro incrustados, incitaban a
la gula manzanas frescas, medio coloradas,
con la pelusilla de la fruta nueva y la sabrosa
carne hinchada que toca el deseo; peras do-
lleno de lilas y de rosas pálidas, sobre un trí-
pode. Por fondo tenía uno de esos cortinajes
amarillos y opulentos, que hacen pensar en
los mantos de los príncipes orientales. Las
lilas recién cortadas resaltaban con su lindo
color apacible, junto a los pétalos esponjados
de las rosas té.
Junto al tiesto, en una copa de laca orde-
nada con ibis de oro incrustados, incitaban a
la gula manzanas frescas, medio coloradas,
con la pelusilla de la fruta nueva y la sabrosa
carne hinchada que toca el deseo; peras do-
radas y apetitosas, que daban indicios de ser
todas jugo, y como esperando el cuchillo de
plata que debía rebanar la pulpa almibarada;
y un ramillete de uvas negras, hasta con el
polvillo ceniciento de los racimos acabados de
arrancar de la viña.
Acérqueme, vilo de cerca todo. Las lilas y
las rosas eran de cera, las manzanas y las
peras de mármol pintado, y las uvas de cris-
tal.
¡Naturaleza muerta!
todas jugo, y como esperando el cuchillo de
plata que debía rebanar la pulpa almibarada;
y un ramillete de uvas negras, hasta con el
polvillo ceniciento de los racimos acabados de
arrancar de la viña.
Acérqueme, vilo de cerca todo. Las lilas y
las rosas eran de cera, las manzanas y las
peras de mármol pintado, y las uvas de cris-
tal.
¡Naturaleza muerta!
Rubén Darío
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