24. Regresó el caminante

En plena calle me pregunto, dónde
está la ciudad? Se fue, no ha vuelto.
Tal vez ésta es la misma, y tiene casas,
tiene paredes, pero no la encuentro.
No se traía de Pedro ni de Juan,
ni de aquella mujer, ni de aquel árbol,
ya la ciudad aquella se enterró,
se metió en un recinto subterráneo
y otra hora vive, otra y no la misma,
ocupando la línea de las calles,
y un idéntico número en las casas.

El tiempo entonces, lo comprendo, existe,
existe, ya lo sé, pero no entiendo
cómo aquella ciudad que tuvo sangre,
que tuvo tanto cielo para todos,
y de cuya sonrisa a mediodía
se desprendía un cesto de ciruelas,
de aquellas casas con olor a bosque
recién cortado al alba con la sierra,
que seguía cantando junto al agua
de los aserraderos montañosos,
todo lo que era suyo y era mío,
de la ciudad y de la transparencia,
se envolvió en el amor como un secreto
y se dejó caer en el olvido.

Ahora donde estuvo hay otras vidas,
otra razón de ser y otra dureza:
todo está bien, pero por qué no existe?
Por qué razón aquel aroma duerme?

Por qué aquellas campanas se callaron
y dijo adiós la torre de madera?

Tal vez en mí cayó casa por casa
la ciudad, con bodegas destruidas
por la lenta humedad, por el transcurso,
en mí cayó el azul de la farmacia,
el trigo acumulado, la herradura
que colgó de la talabartería,
y en mí cayeron seres que buscaban
como en un pozo el agua oscura.

Entonces yo a qué vengo, a qué he venido.
Aquella que yo amé entre las ciruelas
en el violento estío, aquella clara
como un hacha brillando con la luna,
la de ojos que mordían
como ácido el metal del desamparo
ella se fue, se fue sin que se fuese,
sin cambiarse de casa ni frontera,
se fue en sí misma, se cayó en el tiempo
hacia atrás, y no cayó en los míos
cuando abría, tal vez, aquellos brazos
que apretaron mi cuerpo, y me llamaba
a lo largo, tal vez, de tantos años,
mientras yo en otra esquina del planeta
en mi distante mal me sumergía.

Acudiré a mí mismo para entrar,
para volver a la ciudad perdida.
En mí debo encontrar a los ausentes,
aquel olor de la maderería,
sigue creciendo sólo en mí tal vez
el trigo que temblaba en la ladera
y en mí debo viajar buscando aquella
que se llevó la lluvia, y no hay remedio,
de otra manera nada vivirá,
debo cuidar yo mismo aquellas calles
y de alguna manera decidir
dónde plantar los árboles, de nuevo. 
Pablo Neruda

5 comentarios:

Unknown dijo...

Es un poema hermosísimo del genial Pablo Neruda. Es la poesía pura, nítida,transparente y de la imaginación del más grande poeta del siglo veinte en cualquier idioma, como lo definió el nobel Gabriel garcía Márquez.

Unknown dijo...

Este hermoso poema me recuerda los paisajes, las calles, los riachuelos, las mañanas frías, los caminos pantanosos por donde transitaban los caballos, en el pueblo y las veredas de mi niñez.Para volver con los años y darnos cuenta que todo ha cambiado.Que las calles y las casas ya no son las mismas.

Anónimo dijo...

Este hermoso poema de Neruda es como mirarnos en los ojos de la mujer amada. Es ir en busca del fuego que trasmite un beso.

Unknown dijo...

Entre más se lee la poesía de Neruda más se descubre su arte y la grandeza de su poesía. Neruda es único

Unknown dijo...

La poesía de Neruda es como viajar en un recuerdo. Como mirarnos en los ojos de la mujer amada. Como sentir el rocío de la mañana

Publicar un comentario