23. Oda a Acario Cotapos

De algún total sonoro
llegó al mundo Cotapos,
llegó con su planeta,
con su trueno,
y se puso a pasear por las ciudades
desenrollando el árbol de la música,
abriendo las bodegas del sonido.

Silencio! Caerá la ciudadela
porque de su insurrecta artillería
cuando menos se piensa y no se sabe
vuela el silencio súbito del cisne
y es tal el resplandor
que a su medida
toda el agua despierta,
todo rumor se ha convertido en ola,
todo salió a sonar con el rocío.

Pero, cuidad, cuidemos
el orden de esta oda
porque no sólo el aire se decide
a acompañar el peso de su canto
y no sólo las aves victoriosas
levantaron su vuelo en el estuario,
sino que entró y salió de las bodegas,
asimiló motores,
de la electricidad sacó la aurora
y la vistió de pompa y poderío.
Y aún más, de la tiniebla primordial
el músico regresa
con el lobo y el pasto pastoril,
con la sangre morada del centauro,
con el primer tambor de los combates
y la gravitación de las campanas.

Llega y sopla en su cuerno
y nos congrega,
nos cuenta,
nos inventa,
nos miente,
nos revela,
nos ata a un hilo sabio, a la sorpresa
de su certera lengua fabulosa,
nos equivoca y cuando
se va a apagar levanta
la mano y cae y sigue
la catarata insigne de su cuento.

Conocí de su boca
la historia natural de los enigmas,
el ave corolario,
el secreto teléfono
de los gatos, el viejo río
Missisipí con naves de madera,
el verdugo de Iván el Terrible,
la voz ancha de Boris Godunov,
las ceremonias de los ornitólogos
cuando lo condecoran en París,
el sagrado terror al hombre flaco,
el húmedo micrófono del perro,
la invocación nefasta
del señor Puga Borne,
el fox hunting en el condado
con chaquetilla roja y cup of tea,
el pavo que viajó a Leningrado
en brazos del benigno don Gregorio,
el desfile de los bolivianitos,
Ramón con su profundo calamar
y, sobre todo, la fatal historia
que Federico amaba
del Jabalí Cornúpeto
cuando
resoplando y roncando
creció y creció la bestia fabulosa
hasta que su irascible corpulencia
sobrepasó los límites de Europa
e inflada como inmenso Zeppelín
viajó al Brasil, en donde
agrimensores, ingenieros,
con peligro evidente de sus vidas,
la descendieron junto al Amazonas.

Cotapos, en tu música
se recompuso la naturaleza,
las aguas naturales,
la impaciencia del trueno,
y vi y toqué la luz en tus preludios
como si fueran hijos
de un cometa escarlata,
y en esa conmoción de tus campanas,
en esas fugas de tormenta y faro
los elementos hallan su medida
fraguando los metales de la música.

Pero hallé en tu palabra
la invicta alevosía
del destructor de mitos y de platos,
la inesperada asociación que encuentra
en su camino el zorro hacia las uvas
cuando huele aire verde o pluma errante,
y no sólo
eso, sino
más:
la sinaleta eléctrica que muda
toda visión y cambian las palomas.

Tú, poeta sin libros,
juntaste en vida el canto irrespetuoso,
la palabra que salta de su cueva
donde yació sin sueño
y transformaste para mí el idioma
en un derrumbe de cristalerías.

Maestro, compañero,
me has enseñado tantas cosas claras
que donde estoy me das tu claridad.

Ahora,
escribo un libro de lo que yo soy
y en este soy, Acario, eres conmigo.
Pablo Neruda

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