IV Agua Fuerte

   Pero ¿para donde diablos iba?

    Y se entró en una casa cercana de donde
salía un ruido metálico y acompasado. 
    En un recinto estrecho, entre paredes lle-
nas de hollín, negras, muy negras, trabaja-
ban unos hombres en la forja. Uno movía el
fuelle que resoplaba, haciendo crepitar el
carbón, lanzando torbellinos de chispas y lla-
mas como lenguas pálidas, áureas, azulejas,
resplandecientes. Al brillo del fuego en que se
enrojecían largas barras de hierro, se mira-
ban los rostros de los obreros con un reflejo
trémulo. Tres yunques ensamblados en tos-
cos armazones resistían el batir de los ma-
chos que aplastaban el metal candente,
haciendo saltar una lluvia enrojecida. Los
forjadores vestían camisas de lana de cuellos
abiertos, y largos delantales de enero. Alcan-
zábaseles a ver el pescuezo gordo y el princi-
pio del pecho velludo; y salían de las mangas
holgadas los brazos gigantescos, donde, co-
mo en los de Amico, parecían los músculos
redondas piedras de las que deslavan y pulen
los torrentes. En aquella negrura de caverna,
al resplandor de las llamaradas, tenían tallas
de cíclopes. A un lado, una ventanilla dejaba
pasar apenas un haz de rayos de sol. A la 
entrada de la forja, como en un marco oscu-
ro, una muchacha blanca comía uvas. Y sobre
aquel fondo de hollín y de carbón, sus hom-
bros delicados y tersos que estaban desnu-
dos, hacían resaltar su bello color de lis, con
un casi imperceptible tono dorado.
 
    Ricardo pensaba:
 
    -Decididamente, una escursión feliz al país
del arte…
 
 Rubén Darío

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