A Veracruz va el viento asesino.
En Veracruz desembarcaron los caballos.
Las barcas van apretadas de garras
y barbas rojas de Castilla.
Son Arias, Reyes, Rojas, Maldonados,
hijos del desamparo castellano,
conocedores del hambre en invierno
y de los piojos en los mesones.
Qué miran acodados al navío?
Cuánto de lo que viene y del perdido
pasado, del errante
ciento feudal en la patria azotada?
No salieron de los puertos del Sur
a poner las manos del pueblo
en el saqueo y en la muerte:
ellos ven verdes tierras, libertades,
cadenas rotas, construcciones,
y desde el barco, las olas que se extinguen
sobre las costas de compacto misterio.
Irían a morir o a revivir detrás
de las palmeras, en el aire caliente
que, como un horno extraño, la total bocanad
hacia ellos dirigen las tierras quemadoras?
Eran pueblo, cabezas hirsutas de Montiel,
manos duras y rotas de Ucaña y Piedrahita,
brazos de herreros, ojos de niños
que miraban el sol terrible y las palmeras.
El hambre antigua de Europa, hambre como la cola
de un planeta mortal, poblaba el buque,
el hambre estaba allí, desmantelada,
errabunda hacha fría, madrastra
de los pueblos, el hambre echa los dados
en la navegación, sopla las velas:
«Más allá, que te como, más allá
que regresas
a la madre, al hermano, al Juez y al Cura,
a los inquisidores, al infierno, a la peste.
Más allá, más allá, lejos del piojo,
del látigo feudal, del calabozo,
de las galeras llenas de excremento.»
del látigo feudal, del calabozo,
de las galeras llenas de excremento.»
Y los ojos de Núñez y Bernales
clavaban en la ilimitada
luz del reposo,
luz del reposo,
una vida, otra vida,
la innumerable y castigada
familia de los pobres del mundo.
Pablo Neruda
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