Valparaiso tiene hilos,
copas de largo alcance,
redes entrelazadas.
Y bajo la espesura
de todo el mar cuando se desarrolla
y crecen una a una las escamas
de solitarios peces,
o donde los arpones
ensangrentados duermen palpitando
sueños de sal y sangre.
O más allá, en el pecho
del poeta,
Valparaíso cava
y busca y halla
y abre y deja
una red emboscada
en la firmeza:
entonces vuelan imprevistas lanzas,
máquinas
amarillas,
los hambrientos petreles,
la habitación sin rumbo
entre los cerros,
sostenida
por un pétalo puro de pintura.
Y también en el cielo
el ave atardecida,
o el ciclónico avión endurecido
como bala de luna,
todo
arriba
recibe
la emanación portuaria,
y sigilosa
la estrella se dirige
a la pobre bahía,
a las casas colgadas,
al duelo, al desamparo,
a la alegría
del fin del mar, de la sirena pobre,
de la ciudad marina
que el océano atroz no desmorona
ni sepultó el castigo de la tierra.
Tiene Valparaíso
correspondencias negras con el viento,
deudas con el rocío,
agujeros que no tienen respuestas,
explícitos alcaldes que pasean
perritos tristes al atardecer,
domingos silenciosos de sarcófago;
pero no importa, todo
se comprende
cuando por tierra o mar o cielo o hilo
se siente un golpe como
cucharada;
algo llama, algo cae,
polvo frágil de sueño,
latido o luz del agua,
imperceptible
signo,
harina o sal nocturna.
Y allí mismo doblamos
la mirada
hacia Valparaíso.
Pablo Neruda
No hay comentarios:
Publicar un comentario